Categoría Juvenil: 1° Cartas que nunca se abrieron de Ivana Herz (CABA)

Obras Certamen Literario
16 September 2025

“Cartas que nunca se abrieron”

Mi abuelo llegó con una valija de cartón y los ojos llenos de guerra.
No traía juguetes, ni mapas, ni canciones. Solo a su hermano, su único testigo.
Venían desde Berlín. Venían escapando.
Una noche de noviembre, los vidrios cayeron como lluvia de cuchillos.
Kristallnacht, le dijo el tiempo. Para él, fue la noche en que perdió su infancia.

Siempre pensé que el alemán era su idioma natal. Pero no.
Su verdadero idioma fue el silencio.
Un idioma que aprendió a los gritos, en los trenes, en los escondites, en las cartas rotas que nunca llegaron.
Argentina fue la primera palabra nueva que aprendió con libertad.

Crecí con ese silencio.
Un silencio intacto, como cartas que nunca se abrieron.
Pero en cada ausencia, yo aprendí a escuchar.
Escuché cómo la historia se agazapaba en los cuerpos que sobreviven.
Escuché cómo un país puede ser abrazo y promesa.
Escuché cómo una nieta puede reconstruir a su abuelo con solo cerrar los ojos.

De mi familia materna heredé otras formas de exilio.
Mi bisabuela cruzó el océano con apenas 19 años y un voto sellado en el alma:
“Nunca voy a volver al suelo alemán, por todo el daño que me hicieron.”Decía que Dios estaba enojado con su pueblo, y que el castigo caía sobre todos.
No quería saber de Alemania, ni escuchar su idioma.
Quemaba las cartas. Cerraba las ventanas. Silenciaba la música.
Ella huyó no solo de una guerra, sino también de una identidad.

Mi bisabuelo, en cambio, amaba a Alemania.
Incluso después de haber estado preso, incluso después de haberlo perdido todo.
Decía que un país no se puede borrar del alma.
Y cuando hablaba, lo hacía con una nostalgia que dolía.

Mi papá no habla mucho de su padre. A veces creo que el silencio también se hereda.
Pero hay momentos en los que Alemania regresa, sin aviso, entre destellos.
Cuando arregla cosas con la precisión obsesiva de un ingeniero.
Cuando me habla en alemán, como si ese idioma fuera un puente invisible entre él y yo, entre él y su padre.
En esos instantes, Alemania vuelve.
Y Argentina, otra vez, la abraza.

Mi mamá, en cambio, me cuenta.
No tanto sobre cómo huyeron, sino sobre cómo vivieron.
Habla de su abuela con ternura, de historias cotidianas que rescatan a su familia del olvido,
y los vuelve personas, no cifras en una estadística de guerra.
Me relata anécdotas con su abuelo como si abriera un álbum de fotos invisible,
y en cada recuerdo hay humor, amor y contradicción.
Con ella aprendí que el pasado también se puede nombrar sin miedo.
Y que contar la historia de los otros, a veces, es la forma más noble de encontrarse a una misma.

Entre ellos, esos amores rotos y odios necesarios, nací yo.
Judía, argentina, nieta del destierro.
Un rompecabezas de voces que no conocí, pero que me habitan.

Yo heredé esa fusión.
Soy hija de dos tierras: la de los que huyeron y la de los que recibieron.
No tengo patria única. Tengo dos corazones latiendo idiomas distintos.
Y tengo una promesa:
escribir para que no se olvide.

A veces me pregunto qué significa "pertenecer".
¿Es hablar el idioma? ¿Es recordar el dolor? ¿Es elegir qué olvidar?

De vez en cuando, siento que nací dentro de una historia interrumpida.
Como si la página anterior hubiera sido arrancada, o escrita en un idioma que ya nadie quiere pronunciar.
Y sin embargo, esa historia me llama. No desde el drama, sino desde la responsabilidad.
La de escuchar lo que no se dijo.
La de entender que mi identidad no empieza conmigo, sino con los silencios que heredé.

¿Cómo se ama un país que obligó a tus abuelos a huir?
¿Cómo se odia un idioma que aún vive en tu apellido, en tu forma de pensar, en tu sangre?
No tengo respuestas cerradas. Solo la certeza de que vivir entre dos tierras también es una forma de resistencia.
Porque no elegí esta doble herencia. Pero sí elijo qué hacer con ella.
Y elijo recordar.

Yo no tengo las respuestas. Pero tengo las preguntas.
Y tengo las palabras.

Escribo para entender de dónde vengo,
pero también para imaginar a dónde vamos.
Porque ser puente entre dos historias no es solo una carga:
es también una posibilidad.
La de tejer un idioma nuevo con los hilos del recuerdo,
y abrir caminos donde antes solo había huida.

Porque mi familia sobrevivió para que yo cuente.
Y hoy, más que nunca, quiero que sepan:
la memoria también puede ser un hogar.
No uno de ladrillos ni coordenadas,
sino uno que se alza cada vez que alguien se atreve a recordar.
Un hogar invisible, pero indestructible.
Uno donde el pasado no se esconde.
Se honra.

Escribir no cambia el pasado.
Pero le da sentido.
Es mi forma de volver sobre las huellas de los que vinieron antes,
de nombrar lo que el miedo quiso borrar,
de decir que existieron, que importaron y que aún laten en mí.
Cada palabra que escribo es una forma de agradecerles.
Y de prometer que no serán olvidados.

A veces imagino que aquella valija de cartón aún está conmigo.
No pesa. No duele.
Está hecha de palabras, de nombres que resisten al olvido,
de voces que no conocí, pero que me enseñaron a escribir, a pensar, a indagar.
No la cargo por obligación,
la llevo como se lleva una promesa:
la de que todo lo que vino antes no fue en vano.
La de que hay historias que no terminan con el exilio.
Solo esperan a alguien
que las vuelva a abrir.

Ivana Herz, CABA

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