Categoría General: 5° El Puente tendido por la migración de Julia Wobken

Obras Certamen Literario
16 September 2025

El puente tendido por la migración

Camino las calles de Buenos Aires y a veces me olvido donde estoy. Vivo mi vida, hago mis compras, trabajo, me junto con amigos. Pero cada tanto me cruzo con el Obelisco. Con Avenida Corrientes, la 9 de Julio. Con el cementerio de Recoleta, la glorieta de Belgrano, los bares de Palermo o simplemente una calle por Villa Devoto donde las casas chorizo de hace 100 años conviven con los chalets de la década del 60 y los edificios modernos de vidrio y concreto. Camino por Puerto Madero, por San Telmo, por una calle residencial en Caballito o paso por el portal del Abasto. Entonces recuerdo: Tengo la suerte de vivir en Buenos Aires. 

Cuando llegué a Ezeiza por primera vez, no hablaba español. Lo primero que me preguntaron fue: “¿Te gusta Argentina?” Y era una pregunta que no podía contestar. Cómo tantos de mi país llegué sin saber mucho. Podría haber investigado, sí, pero ¿Cuánto se puede investigar sobre la idiosincrasia de un lugar tan diverso y particular? ¿Cuánto se puede conocer un país a base de libros? Hay que vivirlo. 

La segunda pregunta fue: “¿De dónde sos?” 

Y lo que seguía a la respuesta era, y sigue siendo en el día de hoy, alguna conexión con Alemania que la contraparte tenía o tiene. Todos tienen alguna relación con Alemania. Tienen un familiar que vive allá. O quizás la vecina, un amigo, la sobrina de la médica familiar, el cuñado del peluquero. Y si no conocen a nadie que viva en Europa, tienen familiares que vinieron de ahí. O amigos o conocidos. La tía-abuela. El bisabuelo. Algún ancestro, cercano o lejano. No parece existir argentino que no ha conocido en algún momento de su vida a algún alemán o descendiente alemán. Todos conocen las escuelas alemanas. Las comunidades. Villa General Belgrano.

Cuántas veces me preguntaron por el Oktoberfest. Por el chucrut o la torta selva negra. De cómo estaba la Oma. Y Guten Tag, y Dankeschön y Willkommen. Especialmente willkommen

También están los que tienen apellido alemán. Algunos cuentan que sus abuelos vinieron después o durante la segunda guerra mundial. Y al principio no pude evitar de sentirme incómoda. Si el apellido era judío, sabía por qué habían venido. Si no lo era… me lo imaginaba, y esa segunda parte era la que me hacía sentir incómoda. No quería ser mal educada. Además, el descendiente no tiene la culpa de lo que hicieron sus ancestros. Pero eso es algo que los alemanes aprendemos desde muy chicos: Esa herencia dura, los actos atroces de nuestros compatriotas que fueron inimaginables y duelen cada vez que aprendemos algo nuevo de ellos. Esos recuerdos y esa consciencia que está siempre ahí, flotando sobre nuestras cabezas. La culpa sin ser culpables. La responsabilidad de no dejar que se repita. El nunca más. Allá, como acá, es una frase que se repite tantas veces. Y el nunca más es ahora. 

La historia entre Argentina y Alemania es larga, rica, y complicada. 

Los primeros inmigrantes llegaron en velero. El Río de la Plata, aún no había sido invadido por edificaciones humanas, aún no estaba privado de sus aguas por tierras amontonadas y escombros utilizados para hacer vías, crear un puerto, un aeropuerto o torres. Era bajo, tanto, que los veleros tenían que anclar lejos de la costa y los pasajeros bajaban en botes y carros con ruedas altas que los llevaban hasta tierra firme. Pasaban por migraciones. Vinieron por curiosidad. Para conocer un mundo nuevo para ellos, pero viejo para aquellos que ya estaban viviendo allí. Algunos pocos investigaban y volvían. Otros se quedaron, crearon familias. Venían de una Alemania dividida en cientos de condados, reinos y principados. “Ser alemán” aún no estaba definido del todo. 

Después, vinieron en buque de vapor, cruzando el océano en días, dejando atrás un trayecto que antes había durado semanas. Se fueron de Europa por distintas razones, por hambre y pobreza, por falta de suerte y oportunidades, y varios, por haber sido perseguidos en sus hogares en el viejo continente. Por correr el riesgo de la muerte. Por el holocausto y por las guerras. El nuevo hogar los acogió. A algunos les cambió el nombre. Les enseñó un nuevo idioma y una nueva forma de vivir, mezclada con la que estaban acostumbrados.

También vino gente, que buscó un escondite, que se escapó de ser juzgado por los crímenes de guerra que habían cometido. Y quizás huían de sus propios actos, de los recuerdos de aquellos que sí sabían lo que habían hecho. Esa gente calló su procedencia por mucho tiempo, y en su entorno se hablaba de ellos, pero tras puertas cerradas y manos levantadas. Son parte de la verdad complicada.

Persecutores y perseguidos, acogidos por el mismo lugar que decidió mirar al otro lado e ignorar sus orígenes. En Argentina no importa quien eras. Importa, quién sos y quién quieres ser. Para bien, y para mal.

Yo, yo vine en avión. Llegué a Ezeiza, la entrada - y la salida - de Argentina. No me escapé, no del sentido tradicional. No sufrí hambre ni persecución. No sufrí guerras ni cometí atrocidades. Tampoco vine a investigar la naturaleza de un país que ya tiene su propia historia. Vine porque quise. Porque pude. Y porque este país me acogió igual que lo hizo con los anteriores. Vine para escaparme de la vida planificada al 100% en mi patria. 

Algunos pocos no entienden. Los tiempos han cambiado, Argentina está en crisis. Se van más personas a Europa en búsqueda de una vida mejor que los que vienen. Son razones parecidas a lo que había traído a los alemanes a Argentina hace 200 y 100 años. La falta de oportunidades. La pobreza. La búsqueda de una vida mejor, más segura. Es un círculo, un intercambio que genera entendimiento, que tiende puentes. Porque a diferencia de las posibilidades de entonces, ahora hay comunicación. El internet y todos los medios de comunicación permiten quedar en contacto, sin esperar semanas hasta que llegue una carta que puede también perderse en su camino por el Atlántico. Videollamadas, mensajes instantáneos, aplicaciones que comparten fotos y videos, todos ellos hacen que la distancia parezca un poco menos. Es un puente que une naciones, pero aun así divide familias. Porque eso también es parte de la historia de la migración. Familias que quedaron separadas por un océano gigante. Madres y padres que pierden a sus hijos a otro país. Abuelos que no ven crecer a sus nietos. 

A pesar de todo, los inmigrantes emprendemos ese camino. Yo también. 

Vine sola, sin familia, y cuando llegué, no me quedé en un hotel de inmigrantes como lo habrán hecho mis compatriotas hace 100 años. No me mudé a un conventillo. Me quedé en casas de amigos. En hosteles. En departamentos amoblados y compartidos. Hasta que encontré mi lugar. Mi casa. Mi hogar. Vine, pensando que podía enseñar, y aprendí que estaba equivocada. Vine, pensando que sabía de todo, y aprendí que no sabía nada. Vine pensando que conocía mi nacionalidad. Y me di cuenta de que a pesar de lo que dicen los papeles, soy ciudadana del mundo, con la historia alemana en la cabeza, y la cultura de Argentina en mi corazón. Soy una mezcla de los dos y esa, creo yo, es la verdadera muestra de la inmigración alemana en Argentina. La posibilidad de mezclar culturas en un guiso de pensamientos, tradiciones e inventos culinarios, hasta que sale algo mejor, algo transformado. La estructura alemana con la espontaneidad argentina. El orden alemán, con el sentimiento argentino. La precaución alemana con el amor a la bandera argentina. La torta selva negra, con relleno de dulce de leche. 

Mi historia es la de muchos. Venimos a conocer, a estudiar, a trabajar. Y nos quedamos a vivir, porque encontramos un hogar al otro lado del mundo. Porque un lugar donde hace frío en julio y el sol quema en navidad, es tan distinto a lo que conocimos donde crecimos. Y a la vez es tan cálido en su trato, en la gente que acepta, que esa parte nos hace falta cuando visitamos nuestra patria. Argentina nos enseñó un orgullo que permite festejar tradiciones, sin discriminar a otras costumbres. Argentina recibe sin rechazar y eso es lo que más marca la historia de los inmigrantes alemanes. 

Julia Wobken

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