Categoría General: 6° De Berlin a Esquel. Una vida entre el azar y la elección de Nicole Böttcher

Obras Certamen Literario
16 September 2025

DE BERLÍN A ESQUEL 

UNA VIDA ENTRE EL AZAR Y LA ELECCIÓN 

Cuando llegó a mis manos el aviso del Certamen Literario Nacional, organizado por la #JungesNetzwerk y la Sociedad Goetheana Argentina y el Goethe Mendoza, pensé que era una excelente oportunidad para rememorar y escribir una apretada síntesis autobiográfica como migrante alemana a la Argentina. Pensé también que mis testimonios serán un aporte al rico acervo de historias de vida que se han ido tejiendo entre ambos países desde hace 200 años. 

Me gustaría empezar haciéndome esta pregunta: ¿Por qué Argentina? Hace más de un cuarto de siglo que vivo en la Argentina, aunque hace treinta años que llegué por primera vez. La llegada fue un poco por casualidad y otro poco por aventura, porque buscando trabajo una empresa decidió este destino que elegí aceptar. En cambio, la decisión de quedarme a vivir fue germinando de a poco, como una semilla que va echando raíces en un ambiente fértil. Lo que sí tengo en claro es que ni lo primero ni lo segundo fue planeado, sino el resultado de un "seguir tu instinto". Claramente una forma de pensar y de actuar propiamente no alemana. Por supuesto, también influyeron otros motivos en algunas decisiones y, llegada a este punto, debo confesar que siempre he escuchado a mis dos amigas íntimas: Intu (intuición pura y espontánea) e Inti (voz interna, que a menudo cuestiona mis pensamientos y a veces a Intu). Ellas me han acompañado en casi todos los momentos importantes de mi vida, de tal modo que la historia que voy a relatar ahora es compartida y resulta de una interacción permanente entre: mi triángulo interior, mi familia de origen y los integrantes de la familia nueva que fuimos construyendo aquí, más las incontables personas cercanas (amigos) o lejanas (conocidos), que me acompañaron o se cruzaron conmigo a lo largo de todos estos años. 

Voy a comenzar este relato situándome en Berlín en el año 1983, cuando recién cumplía 18 años, momento en que terminé el Abitur, en el Albert Schweitzer Gymnasium. En verdad no tenía deseo de seguir estudiando, al menos inmediatamente. Igualmente busqué una pasantía para tranquilizar la ansiedad de mis padres, siempre preocupados por lo que "iba hacer con su vida" la primogénita y traviesa Nicole.  La primera y mejor respuesta a mis aplicaciones fue un curso de capacitación de tres años con la AOK (Allgemeine Ortskrankenkasse). Y ahora, querido lector, por favor prestar atención porque viene algo entretenido: para convertirme en "Sozialversicherungsfachangestellte", equivalente a lo que aquí conocemos como Asistente Social (esta palabra me encanta y la uso como ejemplo de "palabras largas" en mis clases de alemán) Pasaron tres años relativamente rápido y, en 1987, aprobé el examen final con una nota muy buena. Para sorpresa de mi jefe renuncié pronto pues nunca imaginé quedarme a pasar el resto de mi vida haciendo ese trabajo. Lo que vino después demostrará que no estaba hecha para un trabajo con horario de oficina en una gran ciudad.

Fue así que decidí “salir a recorrer el mundo” con mi mochila. Una decisión incomprensible para el ciudadano medio alemán, y menos aún en aquellos años si se trataba de una joven mujer como yo. Elegí para ir algunos lugares de Asia oriental, un destino bastante exótico que suponía una gran aventura para la época, considerando que todavía no existía nada parecido al WhatsApp. Mis padres se enteraban dónde estaba  (o mejor dicho dónde había estado) tres o cuatro semanas más tarde cuando por fin les llegaba una carta desde un lugar del que ya me había ido. Poco a poco el gusto por viajar me fue invadiendo como si se tratara de una enfermedad placentera, a la que me entregaba sin ninguna resistencia: una vez infectada simplemente ya no podía detenerme de andar viajando de un lugar para otro.  Durante los dos años siguientes viajé sin parar por varios países como Tailandia, Malasia, Indonesia, China y Hong Kong. Conocí playas, montañas, selvas, islas, mares y también grandes ciudades y sobre todo, culturas muy distintas a la mía.  

Finalmente en algún momento regresé a Berlín, mi ciudad natal. Quizá influenciada por la rica experiencia que me había dejado el viaje por Asia, decidí estudiar Geografía para ser profesora en la Freie Universität Berlin, con Biología y Geología como materias auxiliares. Todo habría marchado como lo había previsto si no hubiera conocido a una persona que me animó, y logró convencer a Inti, para postular a una beca del gobierno británico. Así fue cómo, después de terminar mi diploma intermedio, me fui a estudiar por un año a Cornwall, un bello condado ubicado en el extremo sur-oeste de Inglaterra. Allí viví en la casa de una familia ubicada en Falmouth, un pequeño paraíso y otro de mis lugares amados del mundo. Ingresé a la Escuela de Minas de Camborne. Si bien esta carrera estaba orientada hacia la industria minera, las materias que elegí cursar serían acreditadas en Alemania. Al principio el inglés no fue fácil. No hace falta decir que en aquellos años tampoco existía el Google Traductor. Todo lo que no entendía durante la clase tenía que ir buscándolo velozmente en mi diccionario de mano. Al cabo de un tiempo decidí terminar mi carrera de geología industrial allí mismo y no regresar a Berlín. Incluso recibí apoyo financiero oficial por dos años más para cubrir el alto costo del curso. Al finalizar mis estudios apareció por primera vez “Argentina” en mi mapa mental y en mi hoja de ruta. ¿Pero por qué apareció? 

Pues veamos ahora cómo se engarza esta primera parte de mi historia con la siguiente, pues no hay una sin la otra. Ocurrió más o menos así. Con un amigo geólogo inglés que conocí durante mi estancia en Cornwall queríamos hacer una pasantía voluntaria en un centro de investigaciones ubicado en la ciudad más austral del mundo: Ushuaia, en la Isla de Tierra del Fuego. Inicialmente la idea surgió debido a un contacto que nos ofreció un querido profesor de Camborne con geólogos del CADIC (Centro Austral de Investigaciones Científicas). En verdad también fue una especie de reconocimiento a mi esfuerzo como estudiante porque logré graduarme con un proyecto (algo similar a una tesis) con el que obtuve la segunda mejor calificación de mi cohorte. De esta manera, mientras casi todos mis compañeros al terminar la carrera se desvivían por programar y crear aplicaciones en computadores, yo (de común acuerdo con mis dos amigas íntimas) decidimos comprar un pasaje rumbo a Santiago de Chile, con la idea de conocer y descansar antes de viajar al extremo sur de Argentina. Y entonces ocurrió algo inesperado. Debido al gran desarrollo que estaba experimentando la minería en Chile la oferta de trabajo para los geólogos era altísima. Solo por probar suerte distribuí mi currículum en varias empresas mineras internacionales, sin medir muy bien cómo iba a cambiar mi vida si me contrataban para trabajar en alguna de ellas, lo cual era bastante probable que ocurriese. Y, como veremos enseguida: ocurrió!   

En efecto, después de realizar el voluntariado en el centro de investigaciones de Ushuaia recibí  una oferta para trabajar en la empresa australiana BHP Minerals, inicialmente a prueba con un salario de estudiante. El plan original había sido enviarme a un proyecto de exploración en Bolivia. Pero las cosas tomaron otro rumbo y terminé yendo a la ciudad de Mendoza, donde hacía poco tiempo BHP  había inaugurado una oficina de exploraciones para aprovechar las oportunidades generadas por un cambio en la política minera del país. Y así comenzó mi vida en la Argentina: un poco por azar y otro poco por elección, aunque en ese momento todavía no imaginaba quedarme a vivir. 

Con el trabajo de geóloga junior de exploraciones comenzó una etapa muy linda de mi vida. Cuando miro para atrás pienso que difícilmente hubiera elegido vivir en Argentina si no hubiera elegido antes trabajar y conocer la gente y los lugares a los que me llevó este trabajo. Al comienzo me enviaban a terreno con otro geólogo más experimentado durante dos o tres semanas para tomar muestras de sedimentos y roca, usando mulas o camionetas 4x4. Mi experiencia comenzó en Calingasta, en la provincia de San Juan y prosiguió luego en Tolar Grande, en la puna salteña.    

Comunicarme era todo un desafío pues mi español era muy básico, aunque lo fui aprendido bastante rápido. Aprendí y disfruté mucho durante ese tiempo. Recorrí gran parte del país, a veces sola, a veces con ayudantes. Me fascinaba el vasto y árido paisaje de estas regiones del "interior" de la Argentina y su gente también. Casi no podía creer que pasaba dos semanas “perdida” entre las montañas y luego una semana analizando datos en Mendoza, y luego otra vez “ir al campo"; de esa manera se aludía al trabajo en terreno o de campaña.

Retomando el hilo, creo que ya dije que inicialmente pensaba quedarme por un año, un tiempo suficiente para adquirir experiencia laboral y ahorrar algunos dólares. Pero muy rápidamente encontré trabajo en otra empresa y luego en otra; realmente habían muchas ofertas de trabajo para geólogos y eso para mí era reconfortante. Paralelamente los lugares de exploración se fueron diversificando hasta que conocí la Patagonia y luego Esquel. Desde ese momento hasta ahora han pasado casi 30 años (1997–2025). ¡Increíble cómo pasa el tiempo! Y todo sin una planificación precisa ¿Qué hizo quedarme tanto tiempo? ¿Realmente qué fue lo que me gustó y atrapó de la Argentina, o de este lugar de Argentina? ¿Qué tenía de diferente respecto de Alemania? No es fácil contestar a esas preguntas, pero claramente no fue por un único motivo. Igual voy a tratar de ensayar una respuesta corta porque no me queda mucho espacio para escribir. Diré que fue como una sensación general: simplemente me sentía bien con la gente, con el trabajo, con los compañeros, incluso con el clima. Daré un ejemplo entre muchos. Casi todos tomaban mate y esa costumbre, que al principio veía tan extraña, terminó atrapándome. Observaba con asombro cómo se iba pasando ese “recipiente redondo con bombilla” entre las personas y cómo alguien la iba llenando una y otra vez con agua caliente desde una "pava". Con el tiempo entendí cómo se tomaba: con azúcar o sin azúcar, pero siempre con agua sin hervir, para no quemar la yerba. Al principio el gusto del mate no me pareció tan agradable (para mí con azúcar es más rico y muchos arrieros en el campo lo "ceban" así). Me encariñé con este hábito. Cuando salíamos al campo tomábamos mate al levantarnos por la mañana o al atardecer cuando regresábamos del trabajo, casi siempre reunidos alrededor del fuego. Tal como dice un dicho por ahí: “las mejores cosas de la vida están destinadas a ser compartidas”, es decir que un mate siempre es una buena idea. Pienso que hay toda una filosofía de vida en torno al mate. La gente se reúne a tomarlo entre amigos, pero a veces también entre desconocidos. Las jerarquías parecen desaparecer, igual que las clases sociales: es increíble, pero el mate es como un pegamento que une a la gente (al menos por un momento), y la predispone a dialogar. Ese ritmo más tranquilo también se reflejaba en frases como “mañana lo vemos”, una expresión impensable en Alemania, donde impera el “was du heute kannst besorgen, verschiebe nicht auf morgen” (no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy). Me encantó vivir y experimentar estos contrastes. 

Hay otra expresión que a mí me gusta mucho que refleja una costumbre muy simpática de los argentinos: "lo arreglamos con alambre". Si algo se rompe lo normal en otro país o cultura sería arreglarlo, por ejemplo, con un tornillo o con un clavo. Pero aquí si no hay clavo o tornillo, por la razón que fuera, igual se hace el arreglo con "alambre", que significa "con lo que haya" o "con lo que tenga", siendo esto un verdadero desafío para el ingenio.

Entonces empecé a ver este mundo como más simple, menos rígido y estructurado. Ahora pienso que esa condición contribuyó a la elección de quedarme a vivir aquí y me pregunto también por qué me atrajo tanto esa diferencia. Difícilmente pueda ponerme de acuerdo sobre este punto con mis dos amigas interiores Intu e Inti, como para dar una respuesta definitiva a esta pregunta. Junto a eso descubrí otras formas de vida y de comunicación que me resultaban inimaginables en Alemania o en Berlín. Otro ejemplo. Durante mis primeras campañas de exploración minera en el campo, me di cuenta que la comunicación era muy precaria. Teníamos radios VHF y nada más. La telefonía celular no existía todavía y los teléfonos satelitales estaban reservados para algunas pocas y grandes empresas. Sin embargo aquí entre la gente del campo había otra forma de comunicación: el famoso “mensaje al poblador”. Una especie de servicio radial que se difundía por medio de estaciones de frecuencia AM de la Patagonia y que permitía a los habitantes rurales enviar y recibir mensajes y noticias a sus familiares y de manera gratuita. Esta suerte de vuelta al pasado me fascinaba y, sinceramente, también me divertía mucho. ¡Una forma de comunicación tan básica y al mismo tiempo tan vital!

Muchas veces me han preguntado cómo hice para sobrevivir a las crisis políticas y económicas. 

Viví varias hiperinflaciones que al principio me asustaron. No voy a decir que me acostumbré y que por eso elegí quedarme. No, nada de eso. Pero debo reconocer que con el correr del tiempo entendí que aquí la gente se adapta. Esa capacidad de resiliencia frente a la inestabilidad me resulta francamente admirable. En muy poco tiempo el país oscila entre dos extremos. Para los extranjeros, de ser un destino baratísimo de repente se vuelve carísimo, mientras que los argentinos o salen a comprar al exterior o resisten como pueden. Todo eso me parecía muy "loco" y absolutamente impensable en la Alemania actual. Y digo actual porque sabemos que allá también ocurrieron hiperinflaciones similares en otras épocas que probablemente hayan generado cadenas migratorias desde Alemania hacia Argentina! Mientras que allá una inflación del 0,5 % anual genera preocupación aquí con 50 % o más la vida continúa igual.

Hoy me siento afortunada y muy feliz de vivir en un lugar extraordinario como la comarca de Esquel; para mí es como "un otro mundo", incomparable con el que existe en las grandes ciudades como Buenos Aires, Rosario o Córdoba, donde seguramente las crisis económicas que mencioné más arriba se sienten más intensamente, además de los problemas que normalmente afectan a todas las grandes ciudades. Estoy casada con un geólogo argentino (pero que tiene ascendencia alemana, porque su bisabuelo llegó a estas tierras hace más de 100 años!), con quien tenemos dos hijos que decidimos criar aquí en Esquel: Serena y Jan. Cuando terminaron sus estudios y se hicieron independientes, eligieron vivir en Europa. En cambio nosotros seguimos viviendo aquí porque considero a Esquel mi lugar en el mundo ¡¿Qué ironía del destino no?!: por todos los medios traté de mostrar a mis hijos mi visión de una vida más simple conectada con lo esencial y la naturaleza. Sin embargo lo primero que quisieron hacer cuando terminaron la escuela fue  ir a probar suerte en Europa. Siempre los alenté a que vean y conozcan otras realidades a partir de su propia experiencia. Confió que de esta manera sabrán que no todo es “color de rosa”, y que cada lugar tiene sus pros y contras y que entre medio, existe una amplia gama de matices. Durante mi primer etapa de madre tuve que descuidar un poco mi carrera profesional, y luego abandonarla por completo, pues alguien tenía que cuidar a los niños; mi esposo también es geólogo y, como todos saben, esta profesión obliga a pasar mucho tiempo fuera de casa. Pero supe reinventarme, y desde hace más de diez años comencé a dar clases de alemán y ahora tengo muchos seguidores y me siento feliz. Además he participado activamente en la formación de una pequeña comunidad alemana en Esquel y soy parte del "Gimnasio Alemán", que combina la cultura alemana con el deporte. Con la Fundación Verbundenheit y la Red de Jóvenes, nos hemos propuesto mantener viva, no solo la "vieja" tradición alemana, sino también la "nueva", con su cultura diversa y abierta para darla a conocer en Esquel y en toda su región. Un lugar al que llegué un poco por azar, pero que elegí (mos) para vivir.

Nicole Böttcher

También puede interesarte